Maricastaña Bar & Kitchen




Buscando otro local por las calles de Triball nos tropezamos hace unos días con Maricastaña Bar & Kitchen y nada más atisbar su interior desde su generoso ventanal no pudimos resistir la tentación de entrar a echar un vistazo.



Si desde fuera ya llama la atención y se anticipa como un lugar agradable, una vez dentro se confirma esa primera impresión; sus propietarios han conseguido un local sencillo a la par que sofisticado que resulta cálido y acogedor e invita a quedarse un buen rato, ya sea solo o en buena compañía.


En un estilo que definiríamos como nórdico con toques vintage entre sus paredes de ladrillo visto en blanco encontramos piezas de mobiliario industrial mezcladas con otras restauradas y a las que han sabido darle nuevos usos como esas luces de puerto convertidas en lámparas de barra, las barandillas de balcones en las escaleras o las rejas de ventanas reconvertidas en espejos; todas ellas comparten espacio con mesas de madera y sillas de cuero y el punto vegetal que aportan algunas plantas y flores repartidas aquí y allá.


Un estilo ecléctico y a la vez funcional que cumple su cometido tanto para un desayuno mientras ojeamos la prensa del día o su selección de revistas, como para disfrutar de una comida o cena entre amigos, para ello no podía faltar, como en cualquier lugar “de moda” que se precie, además de mesas para dos u otra circular de mayor tamaño,  una "mesa comunal” y después si se tercia tomar también la primera copa de la noche.


Destacar también su sótano abovedado, que en contra de lo que podría parecer resulta también de lo más acogedor y agradable con tres rincones diferentes, nada más bajar las escaleras una mesa de metal con sus dos sillas y una vela desgastada crean en un rincón romántico; al fondo unos sofás en tonos claros con su mesa baja un íntimo salón, y por último una zona con una mesa alta y taburetes un rincón de charla y copas con amigos. Aquí también se encuentran los aseos, que merecen también una visita aunque solo sea para verlos.



A todo lo anterior hay que sumar su amplio horario de cocina, situada al fondo del local, unos precios razonables y, aunque todavía se les ve un poco verdes, un servicio muy amable.


Nosotros solo tuvimos tiempo de tomar un tentempié en su original barra de uralita y madera, pero nos quedamos con ganas de volver, y no solo para disfrutar con más calma de ese ambiente, ya que a juzgar por la cantidad de público que había y las reservas que vimos hacer, el resto de la oferta parece estar en consonancia.



Tampoco su ubicación es mala y Maricastaña está en la madrileña Corredera baja de San Pablo 12, enfrente del teatro Lara.

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